
Por Nora Bär / La Nación / GDA
El invierno que por estos días está terminando en el Hemisferio Sur hizo historia en los registros meteorológicos argentinos: después de 89 años, volvió a nevar en Buenos Aires. Pero aunque ese día los termómetros parecieron desmentirlo, los estudios realizados por investigadores del sistema científico local casi no dejan dudas: tras las variaciones fortuitas, se observa claramente la misma tendencia al aumento de las temperaturas que está alterando los sistemas naturales en todo el planeta.
El diagnóstico no es tranquilizador: deshielos continentales, disminución de las lluvias en las zonas cercanas a la Cordillera de los Andes y aumento en la Pampa Húmeda, intensidad y frecuencia crecientes de eventos meteorológicos extremos son algunas de las manifestaciones asociadas con el cambio en la dinámica de los ecosistemas.
“En la mayor parte del país, las temperaturas máximas disminuyeron y las mínimas aumentaron, explica el doctor Mario Núñez, director del Centro de Investigación del Mar y la Atmósfera (CIMA), uno de los centros que se encuentra abocado a trazar un mapa de la situación actual y los escenarios futuros. Las diferencias entre máximas y mínimas se achicaron, y esto hace que los inviernos sean más agradables”.
La doctora Matilde Rusticucci, investigadora del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), coincide. Según escribe en un informe especial para la revista Encrucijadas, de la misma universidad, “en la región central de la Argentina, los registros de temperatura no muestran en general fuertes tendencias hacia temperaturas medias más elevadas, pero esto es debido a que el aumento principal se dio en la temperatura mínima, con descenso marcado de la temperatura máxima; se observa que los veranos tienden a ser más largos y se prolongan en el otoño, mientras que los inviernos muestran una tendencia a ser más moderados. Ese aumento de las temperaturas mínimas hace que se presenten más noches extremadamente cálidas y menos noches frescas en verano”.
El invierno que por estos días está terminando en el Hemisferio Sur hizo historia en los registros meteorológicos argentinos: después de 89 años, volvió a nevar en Buenos Aires. Pero aunque ese día los termómetros parecieron desmentirlo, los estudios realizados por investigadores del sistema científico local casi no dejan dudas: tras las variaciones fortuitas, se observa claramente la misma tendencia al aumento de las temperaturas que está alterando los sistemas naturales en todo el planeta.
El diagnóstico no es tranquilizador: deshielos continentales, disminución de las lluvias en las zonas cercanas a la Cordillera de los Andes y aumento en la Pampa Húmeda, intensidad y frecuencia crecientes de eventos meteorológicos extremos son algunas de las manifestaciones asociadas con el cambio en la dinámica de los ecosistemas.
“En la mayor parte del país, las temperaturas máximas disminuyeron y las mínimas aumentaron, explica el doctor Mario Núñez, director del Centro de Investigación del Mar y la Atmósfera (CIMA), uno de los centros que se encuentra abocado a trazar un mapa de la situación actual y los escenarios futuros. Las diferencias entre máximas y mínimas se achicaron, y esto hace que los inviernos sean más agradables”.
La doctora Matilde Rusticucci, investigadora del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), coincide. Según escribe en un informe especial para la revista Encrucijadas, de la misma universidad, “en la región central de la Argentina, los registros de temperatura no muestran en general fuertes tendencias hacia temperaturas medias más elevadas, pero esto es debido a que el aumento principal se dio en la temperatura mínima, con descenso marcado de la temperatura máxima; se observa que los veranos tienden a ser más largos y se prolongan en el otoño, mientras que los inviernos muestran una tendencia a ser más moderados. Ese aumento de las temperaturas mínimas hace que se presenten más noches extremadamente cálidas y menos noches frescas en verano”.
El calentamiento de la Patagonia
El aumento de temperatura no es inocuo. Más de 40 glaciares patagónicos están en retroceso. Un ejemplo es el glaciar Frías, del Monte Tronador, en el Parque Nacional Nahuel Huapí. Alcanzó su máxima extensión de los últimos 2,000 años alrededor de 1640-1660, durante una época fría que se conoce como Pequeña Edad del Hielo. Desde ese momento hasta 1850, aproximadamente, retrocedió a una velocidad de 2.5 metros por año. Pero desde que comenzó el calentamiento, la velocidad de retroceso aumentó notablemente: retrocedió siete metros anuales entre 1850 y 1900, 10 metros por año entre 1910 y 1940, y 36, entre 1976 y 1986, según constató el Departamento de Glaciología del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla).
Por otro lado, las regiones de Chile y la Argentina próximas a la Cordillera están sufriendo una disminución de las lluvias: “(En esas zonas) se está perdiendo precipitación muy marcadamente”, subraya Núñez. Se calcula que el lado chileno perdió alrededor de 200 milímetros anuales de lluvia, y el centro y oeste de la Argentina, hasta un 50% del caudal de precipitaciones en el último siglo.
Estudios dirigidos por el doctor Ricardo Villalba, director del Ianigla, muestran que el calentamiento de la Patagonia fue absolutamente inusual durante el siglo XX, y en especial desde mediados de la década del 70. Una reconstrucción de las temperaturas de los últimos cuatro siglos a partir de los anillos de crecimiento de la lenga (Nothofagus pumilio), muestran que nunca, en los últimos cuatro siglos, las temperaturas a lo largo de los Andes del Sur alcanzaron los niveles actuales.
Sin embargo, en el centro y norte del país la situación es diametralmente opuesta: como ocurre en gran parte de la región sudeste del continente, en el mismo período, y especialmente en los últimos 30 ó 40 años, las precipitaciones se incrementaron un 23%. Según el doctor Vicente Barros, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (FCEN), “desde 1960 en casi todo el país, y desde 1970 en el noreste y en zonas aledañas de Brasil el incremento fue de entre el 10 y el 40%”.
“Nosotros lo advertimos muy bien porque se ha corrido la frontera agrícola, dice Núñez. Esto ocurre porque está lloviendo en una zona mucho más amplia que antes. Y los modelos indican que la lluvia va a seguir aumentando”.
Llueve más cantidad, pero no más días. “Las precipitaciones son más intensas y los fenómenos más intensos son más frecuentes”, explica el científico. La consecuencia es un aumento de las inundaciones, que este año anegaron las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.
Un abanico de problemas
La Segunda Comunicación Nacional Argentina sobre Cambio Climático consigna que estos cambios trajeron aparejada toda una serie de problemas en la región. En el Oeste de la Provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y sur de Corrientes, muchos campos se transformaron en lagunas permanentes y varios espejos de agua, como las lagunas de Mar Chiquita, en Córdoba, y de la Picasa, en Santa Fe, aumentaron considerablemente su superficie. El exceso de precipitación sobre la evaporación dio lugar a un aumento sostenido del nivel de la capa freática, que a veces llega al afloramiento. “Este es muy grave en la ciudad santafesina de Rafaela, al igual que en el área metropolitana de Buenos Aires, donde se registran crecientes inundaciones en los sótanos de viviendas”, asegura.
Según Rusticucci, otro cambio significativo en el clima del área central está asociado con el desplazamiento hacia el sur del anticiclón del Atlántico Sur a partir de la década del 60. “Esto provoca modificaciones en la circulación del aire próximo a la superficie que se manifiestan principalmente en una mayor frecuencia de vientos de la dirección Este sobre el Río de la Plata”, afirma. Las fuertes tormentas con vientos del sudoeste originan mayores crecidas que dan lugar a inundaciones y erosión de las zonas bajas costeras.
Para la Argentina agrícola, donde llueve más, este proceso parece mostrar un efecto positivo. Pero el descenso de las precipitaciones en Cuyo y la regresión de los glaciares amenaza los cultivos de vid, el suministro de agua a una población de más de dos millones de personas y la producción de energía hidroeléctrica.
“El último año, las represas que generan hidroelectricidad estuvieron por debajo del nivel mínimo”, acota Núñez. Los investigadores advierten que habrá que pensar en nuevas fuentes alternativas de electricidad para abastecer el sistema interconectado local.
Mientras tanto, un equipo de investigación dirigido por la doctora Verónica Fuentes, del Departamento de Biología de la FCEN, detectó muertes masivas de microorganismos en la Antártida. Los científicos, que encontraron millones de salpas y krill varados en la costa, a lo largo de varios kilómetros, lo atribuyeron a la fusión de hielos antárticos, que hace disminuir la salinidad del agua y aumenta los sedimentos que los ríos arrastran al mar.
La comunidad científica local está preocupada. Para mitigar o prevenir los efectos del cambio climático, la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente acaba de hacer un llamamiento que insta al gobierno a reunir información sobre las variables geofísicas, biológicas, sociales y económicas que lleven a un manejo seguro y confiable de las actividades gubernamentales y privadas, y que se realice un inventario de recursos naturales en el país. Hay que actuar ya, aseguran.
El aumento de temperatura no es inocuo. Más de 40 glaciares patagónicos están en retroceso. Un ejemplo es el glaciar Frías, del Monte Tronador, en el Parque Nacional Nahuel Huapí. Alcanzó su máxima extensión de los últimos 2,000 años alrededor de 1640-1660, durante una época fría que se conoce como Pequeña Edad del Hielo. Desde ese momento hasta 1850, aproximadamente, retrocedió a una velocidad de 2.5 metros por año. Pero desde que comenzó el calentamiento, la velocidad de retroceso aumentó notablemente: retrocedió siete metros anuales entre 1850 y 1900, 10 metros por año entre 1910 y 1940, y 36, entre 1976 y 1986, según constató el Departamento de Glaciología del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla).
Por otro lado, las regiones de Chile y la Argentina próximas a la Cordillera están sufriendo una disminución de las lluvias: “(En esas zonas) se está perdiendo precipitación muy marcadamente”, subraya Núñez. Se calcula que el lado chileno perdió alrededor de 200 milímetros anuales de lluvia, y el centro y oeste de la Argentina, hasta un 50% del caudal de precipitaciones en el último siglo.
Estudios dirigidos por el doctor Ricardo Villalba, director del Ianigla, muestran que el calentamiento de la Patagonia fue absolutamente inusual durante el siglo XX, y en especial desde mediados de la década del 70. Una reconstrucción de las temperaturas de los últimos cuatro siglos a partir de los anillos de crecimiento de la lenga (Nothofagus pumilio), muestran que nunca, en los últimos cuatro siglos, las temperaturas a lo largo de los Andes del Sur alcanzaron los niveles actuales.
Sin embargo, en el centro y norte del país la situación es diametralmente opuesta: como ocurre en gran parte de la región sudeste del continente, en el mismo período, y especialmente en los últimos 30 ó 40 años, las precipitaciones se incrementaron un 23%. Según el doctor Vicente Barros, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (FCEN), “desde 1960 en casi todo el país, y desde 1970 en el noreste y en zonas aledañas de Brasil el incremento fue de entre el 10 y el 40%”.
“Nosotros lo advertimos muy bien porque se ha corrido la frontera agrícola, dice Núñez. Esto ocurre porque está lloviendo en una zona mucho más amplia que antes. Y los modelos indican que la lluvia va a seguir aumentando”.
Llueve más cantidad, pero no más días. “Las precipitaciones son más intensas y los fenómenos más intensos son más frecuentes”, explica el científico. La consecuencia es un aumento de las inundaciones, que este año anegaron las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.
Un abanico de problemas
La Segunda Comunicación Nacional Argentina sobre Cambio Climático consigna que estos cambios trajeron aparejada toda una serie de problemas en la región. En el Oeste de la Provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y sur de Corrientes, muchos campos se transformaron en lagunas permanentes y varios espejos de agua, como las lagunas de Mar Chiquita, en Córdoba, y de la Picasa, en Santa Fe, aumentaron considerablemente su superficie. El exceso de precipitación sobre la evaporación dio lugar a un aumento sostenido del nivel de la capa freática, que a veces llega al afloramiento. “Este es muy grave en la ciudad santafesina de Rafaela, al igual que en el área metropolitana de Buenos Aires, donde se registran crecientes inundaciones en los sótanos de viviendas”, asegura.
Según Rusticucci, otro cambio significativo en el clima del área central está asociado con el desplazamiento hacia el sur del anticiclón del Atlántico Sur a partir de la década del 60. “Esto provoca modificaciones en la circulación del aire próximo a la superficie que se manifiestan principalmente en una mayor frecuencia de vientos de la dirección Este sobre el Río de la Plata”, afirma. Las fuertes tormentas con vientos del sudoeste originan mayores crecidas que dan lugar a inundaciones y erosión de las zonas bajas costeras.
Para la Argentina agrícola, donde llueve más, este proceso parece mostrar un efecto positivo. Pero el descenso de las precipitaciones en Cuyo y la regresión de los glaciares amenaza los cultivos de vid, el suministro de agua a una población de más de dos millones de personas y la producción de energía hidroeléctrica.
“El último año, las represas que generan hidroelectricidad estuvieron por debajo del nivel mínimo”, acota Núñez. Los investigadores advierten que habrá que pensar en nuevas fuentes alternativas de electricidad para abastecer el sistema interconectado local.
Mientras tanto, un equipo de investigación dirigido por la doctora Verónica Fuentes, del Departamento de Biología de la FCEN, detectó muertes masivas de microorganismos en la Antártida. Los científicos, que encontraron millones de salpas y krill varados en la costa, a lo largo de varios kilómetros, lo atribuyeron a la fusión de hielos antárticos, que hace disminuir la salinidad del agua y aumenta los sedimentos que los ríos arrastran al mar.
La comunidad científica local está preocupada. Para mitigar o prevenir los efectos del cambio climático, la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente acaba de hacer un llamamiento que insta al gobierno a reunir información sobre las variables geofísicas, biológicas, sociales y económicas que lleven a un manejo seguro y confiable de las actividades gubernamentales y privadas, y que se realice un inventario de recursos naturales en el país. Hay que actuar ya, aseguran.
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